Baal fue la deidad
cananea de las tormentas y la fertilidad, dios de la lluvia y fuente de vida, y
se le identifica con Hadad (el dios babilonio del clima); Baal-Hadad (Jinete de
las Nubes y Señor de la Tierra). Baal significa “amo”, “señor” o “dueño”. Fue
el personaje central del ciclo más importante de los mitos cananeos, pues
señalaba el final del año agrícola y el inicio de las lluvias de otoño.
El monstruo Yam (mar)
exigió el poder monárquico de la tierra; Baal lo mató en combate y se proclamó
rey. Al derrotar a Yam, que representaba las fuerzas del caos, Baal demostró
que él controlaba el flujo del agua que venía del firmamento.
Se ofreció un gran
banquete en honor a Baal. A raíz de este acto, la diosa Anath, hermana de Baal,
diosa del amor y la guerra, comenzó a matar a quienes lo veneraban. Baal trató
de calmar a Anath revelándole el secreto de los relámpagos que presagiaban las
tormentas dadoras de vida y el fin de las sequías.
Los mitos cananeos se
presentan en forma de poema. Los textos fueron hallados en Ras Shamra, lo que
era el reino cananeo de Ugarit, establecido en la costa mediterránea de Siria. En los textos los personajes están organizados
en un reino repartido entre los dioses más antiguos que presiden y apenas
actúan, y los más jóvenes, ávidos de campañas guerreras.
El rey y padre, El,
“creador de los dioses, los hombres y las criaturas”, bueno, de palabra sabia,
guarda un evidente parecido con el dios de los hebreos, Yahveh; aunque, El,
esposo de Athirat, “creadora de los dioses”, engendra. Ambos son los guardianes
del orden cósmico, pero cuyos principales actores son Baal y Anath.
Baal construyó un palacio
y junto con su hermana Anath retó a Mot, monstruo de la tierra y el señor de la
muerte. Mot personifica la sequía mortal del verano. Baal, vencido por Mot,
desciende a la morada de los muertos. Anath suplica a Mot que le devuelva a
Baal, y ante su negativa, lo mata:
“Prende al divino Mot,
con el hierro lo parte, con el harnero lo avienta, con el fuego lo quema, con
la muela lo tritura”. Lo trata como el grano que se cosecha y al que en ese
trance parece personificar.
El dios El tiene un sueño
y con acentos bíblicos observa cómo resucita Baal:
“Dormido, el
misericordioso El, el de gran corazón, el creador de las criaturas, ve en
sueños cómo de los cielos lleve manteca y corre torrentes la miel, porque el
muy poderoso Baal está vivo, porque ahí está el Príncipe, señor de la tierra”.
Anath encuentra a Baal,
que inmediatamente se manifiesta por su furor, pues personifica a la tormenta.
Estos dioses son
personificaciones de los ciclos de las fuerzas naturales lo que comprende la
seducción de Baal para estas sociedades agrícolas ansiosas por el retorno de la
lluvia y el éxito de las esenciales actividades humanas para la supervivencia.
Por eso Baal fue el peor
rival de Yahveh cuando el pueblo israelita, convertido en sedentario después de
la salida de Egipto, comenzó a expandirse sobre las tierras cananeas y adquirir
parte de su mentalidad religiosa. Los israelitas entraron en contacto con Baal
cuando llegaron a Canaán (la región entre el mar Mediterráneo y el río Jordán)
alrededor del año 1473 a.C.
Cada ciudad o pueblo en
Canaán tenía su propio Baal. A menudo se le daba al Baal local
un nombre que expresaba conexión con una región específica. Por ejemplo, a Baal de
Peor, le dieron a esta deidad el nombre del monte Peor en Moab, el Baal-berit
en Siquem o Baal-zebub en Ecrón. Aunque había muchos de estos Baales locales,
los cananeos y los pueblos vecinos entendían que todos los Baales locales
eran simplemente manifestaciones de un solo dios Baal.
El baalismo se manifestó en
distintos ritos los cuales eran realizados constantemente por los israelitas en
momentos de desesperación o por aculturación.
La religión cananea recalcaba
la guerra y la prostitución ceremonial (hombres y mujeres sagrados o sacerdotisas
y sacerdotes que se prostituían en el rito de fertilidad), el sacrificio de niños
en fuego, la adivinación, la astrología y la magia, los cananeos buscaban señales
en los cuerpos celestes, en los fetos deformados y en las vísceras de animales sacrificados,
lo sacerdotes practicaban el bestialismo representando a Baal, en forma de toro, que copulaba con una
novilla; lo que era repulsivo para los israelitas fieles a
Yahveh.
Los cananeos honraban al
espíritu del difunto en su adoración de antepasados, se celebraban la fiesta en
la tumba o en los túmulos de la familia, y se realizaban ritos de embriagues y
sexualidad en los que se creía que participaban los muertos.
A los israelitas se les prohibió
hacerse cortaduras en su carne por un alma difunta. Cuando Baal murió, su padre
el dios El se cortó la piel con un cuchillo, se hizo incisiones con una navaja
y se cortó las mejillas y la barbilla. Las laceraciones rituales eran una
costumbre entre los adoradores de Baal.
La acción de cocer un cabrito en leche formaba parte de un rito de la fertilidad que era común en la religión cananea. Bajo la Ley de Moisés a los israelitas se les prohibió cocer al cabrito de esta manera.
A las mujeres de Jerusalén se les prohibió usar pulseras, cintas en la cabeza y adornos de media luna, los cuales simbolizaban a los dioses cananeos del sol y la luna.
Alrededor de 1300 a C., el
reino de Ugarit rodeado por las naciones de Israel, Líbano y Siria, era la
esencia de la civilización cananea, la región en la que convergieron diversas culturas,
la sumeria, la hurrita, la hitita, la egipcia y la minoica.
La ubicación de la ciudad
era el cruce de rutas comerciales estratégicas que la convirtió en uno de los
primeros puertos internacionales de importancia. Por tal fue un
reino avasallado por Egipto y luego por el imperio Hitita.
Esta diversidad de culturas
y lenguas motivó a los escribas de Ugarit simplificar su lenguaje cuneiforme en
treinta sonidos simples, es decir, un alfabeto, y serían los fenicios que trasladarían
esta nueva forma de escritura en el papiro.
Los templos de Baal y
Dagán, o posiblemente El, dominaban la ciudad y las llanuras que la rodeaban.
A El se le representa como un anciano de barba blanca alejado de la humanidad. En
cambio, a Baal lo representaban fuerte que procura gobernar sobre los dioses y la
humanidad.
Estos templos en forma de
torres, quizás de 20 metros de altura, tenían un pequeño vestíbulo que conducía
a un cuarto interior donde se hallaba la imagen del dios. Unas escaleras
llevaban a la terraza donde el rey oficiaba en varias ceremonias. Es muy
probable que por la noche o durante las tormentas se encendieran luces en la
parte superior de los templos para que los barcos arribaran a puerto sin ningún
percance.
Estas torres, tal como
las columnas y los postes sagrados, tenían connotaciones fálicas, las piedras
labradas en forma de un símbolo fálico representaban a Baal, la parte masculina
de la unión sexual, y los postes sagrados de madera representaban a
Asera, la consorte de Baal, el elemento femenino.
Tras la derrota de los
cananeos a manos de los israelitas, los cananeos animaban
a sus conquistadores a adoptar a los dioses de Canaán. Por ejemplo los jueces Gedeón y
Samuel, lucharon contra esa tendencia.
Tras los reinados de Saúl
y David, Salomón empezó a ofrecer, en sus últimos años, sacrificios a los dioses
cananeos. Otros reyes de Israel y de Judá siguieron el mismo proceder y se
rindieron ante Baal, pero los profetas y reyes como Elías, Eliseo y Josías lucharon
contra el culto de Baal.
Con Acab se generalizó el
culto a Baal y a El en el reino de Israel; Acab estaba casado con Jezabel quien
adoraba a los dioses cananeos. Ambos lograron que mucha gente se postrara ante
Baal y también mataron a muchos profetas de Yahveh. En esas circunstancias resaltó el
papel del profeta Elías, quien, según la Biblia, mandó a asesinar a los 450 profetas de Baal.
Y una vez que los israelitas
regresaron del exilio en Babilonia (538 a.C.), ya no volvió a mencionarse
el culto de Baal.
Fuentes:
El culto de Baal: la lucha por ganar el corazón de los
israelitas, Atalaya, 1999.
Ugarit, antigua ciudad a la sombra de Baal, Atalaya, 2003.
Willis, R., Diccionario Universal de Mitología,
Editorial Tomo, 2003.
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